Por MICHELLE FAUL y MIKE MELIA
PUERTO PRINCIPE — El batir de tambores llamó a los fieles a la misa matinal del domingo en medio de una escena apocalíptica, con la catedral de Puerto Príncipe envuelta en el olor de los muertos, la ayuda humanitaria que tardaba en llegar a los vivos y las cuadrillas de rescate luchando para salvar a un número cada vez menor de gente atrapada entre las ruinas.
Los rayos del sol se colaban entre los pocos pedazos restantes de los vitrales de la catedral mientras el sacerdote Eric Toussaint daba su sermón a una pequeña concurrencia. Un cadáver en descomposición yacía en la entrada principal.
«¿Por qué agradecemos a Dios? Porque estamos aquí», dijo Toussaint. «Decimos: ‘Gracias, Dios’. Lo que pasó es la voluntad de Dios. Estamos en las manos de Dios».
Mientras católicos y protestantes elevaban sus plegarias en toda la ciudad en los primeros servicios dominicales desde el sismo de magnitud 7 del martes, muchos haitianos seguían aguardando la distribución de agua y alimentos y otros se tomaban la justicia en sus propias manos contra los saqueadores.
Al mismo tiempo, agentes de policía lanzaban gas lacrimógeno contra los saqueadores, forzando a la multitud a correr por las avenidas llenas de destrozos. Varios saqueadores fueron golpeados y disparados.
Los haitianos parecían cada vez más frustrados por lo que parecía un gobierno invisible: algunos organizaban fogatas en una calle para quemar los cuerpos que las autoridades no habían sido capaces de recoger y los ciudadanos tenían que cubrirse la cara para evitar el olor de carne ardiendo.
Los rescatistas mostraban su descontento con los obstáculos que enfrentan para hacer llegar ayuda al aeropuerto pequeño, dañado y congestionado de la capital —que controlan las fuerzas estadounidenses— y desde allí a los damnificados en la ciudad.
Médicos Sin Fronteras dijo el domingo que se le negó permiso para aterrizar a un avión de carga que traía un hospital de campaña y que debió desviarse a la República Dominicana, por lo que el centro asistencial demorará 24 horas más en estar listo.
El secretario general de Naciones Unidas Ban Ki-moon, que partió hacia Haití, calificó al terremoto como «una de las crisis más serias en varias décadas».
«Los daños, la destrucción y la pérdida de vidas simplemente son abrumadoras», dijo el domingo.
Nadie sabe cuánta gente murió por el sismo. El gobierno de Haití ya recuperó unos 20.000 cadáveres, sin contar los que recogieron otras organizaciones o los deudos, dijo el primer ministro Jean-Max Bellerive a The Associated Press.
La Organización Panamericana de Salud dice que entre 50.000 y 100.000 personas murieron. Bellerive dijo que 100.000 «parecería ser el mínimo».
Aún así, el presidente René Preval no ha hablado al país a través de un discurso televisado ni ha sido visto en ninguna zona devastada. En lugar de eso, se ha reunido con ministros de su gabinete y con visitantes en una estación de policía que sirve como sede del gobierno después del derrumbamiento del Palacio Nacional.
«El gobierno es una burla. La ONU es una burla», dijo Jacqueline Thermati, de 71 años, sentada en el suelo, frente a un hospicio para gente de la tercera edad.
En el centro de la capital, hombres jóvenes gritaban: «¡Fuera Preval! ¡Que vuelva Arístide!»
No muy lejos de la catedral, unas 300 personas se reunieron frente a una serie de tiendas mientras hombres subidos a los tejados, uno de ellos con un rifle, les lanzaban mercancía: desde cajas con pasta de dientes, hasta asientos para bebés.
Otros hombres luchaban por piezas de ropa para bebé, en medio de un ambiente de basura humeante en las calles.
Dos presuntos saqueadores yacían en una calle en el barrio de Delmas, ambos golpeados y con sus cabezas atadas juntas. Varias personas de la enfurecida multitud que los rodeaba dijeron que fueron atacados por los indignados lugareños y otros dijeron que los autores del ataque eran policías.
Uno yacía completamente inmóvil, con extensas manchas de sangre seca en las trenzas. El otro sangraba profundamente tirado en el suelo y ocasionalmente sufría convulsiones en una pierna.
Horas después, una periodista de AP vio que ambos habían muerto. Sea cual fuere la causa de su muerte —linchamiento o violencia policial_, todos los presentes concordaron que eran delincuentes que habían escapado de una prisión destruida.
Hubo también momentos de alegría: un equipo estadounidense rescató con vida a una mujer entre los escombros de un edificio universitario derruido donde estuvo atrapada durante 97 horas. Poco antes del amanecer, otro equipo rescató a tres sobrevivientes entre los escombros de un supermercado.
La madrugada del domingo, socorristas rescataron a Nadine Cardoso, dueña del destruido Hotel Montana, de 62 años, deshidratada pero sin lesiones. Entre los aplausos de la gente, la bajaron en camilla con una cuerda por sobre una montaña de escombros, doce horas después de haberla encontrado.
«Es un pequeño milagro, ella es una mujer dura. Es indestructible», dijo su esposo Reinhard Riedl al enterarse de que estaba viva.
El rescate fue agridulce para la hermana de Cardoso, Gerthe, cuyo nieto de siete años debió ser abandonado cuando una réplica cerró el espacio entre los escombros donde se pensaba que estaba.
Hasta ahora, 1.739 socorristas y 161 perros de 43 equipos han salvado a más de 70 personas, dijo la vocera de tareas humanitarias de la ONU Elisabeth Byrs.
La ONU perdió al menos a 40 empleados, incluidos el jefe de misión tunecino Hedi Annabi y el subjefe brasileño Luiz Carlos da Costa, y cientos seguían desaparecidos.
«Esta es la pérdida más grave y más grande en la historia de nuestra organización», dijo Ban.
Pero Ban agregó que la ONU ya alimentaba a 40.000 personas y que en un mes esa cifra debería llegar a dos millones.
Florence Louis, embarazada de siete meses y con dos hijos, era una de miles de haitianos que concurrieron a una entrada de la barriada de Cité Soleil, donde trabajadores del Programa Mundial de Alimentos de la ONU repartían galletas de alto contenido energético por primera vez.
«Es suficiente, porque no tenía nada», dijo Louis, de 29 años, con cuatro paquetes en sus manos.
El gobierno haitiano estableció 14 puntos de distribución de alimentos y otros materiales y helicópteros estadounidenses buscaban lugares para instalar otros. Los grupos de asistencia abrieron cinco centros de salud de emergencia. Equipos vitales, como purificadores de agua, comenzaban a llegar desde el extranjero.
En un campo de golf en una colina, desde el que se aprecia la capital arrasada, unas 50.000 personas durmieron en un campamento improvisado. Paracaidistas de la 82da División Aerotransportada de Estados Unidos instalaron una base para entregar agua y alimentos.
Mientras los equipos de asistencia enfrentaban obstáculos en el terreno, la secretaria de Estado estadounidense Hillary Rodham Clinton visitó Haití y prometió más ayuda de su país. El presidente Barack Obama se reunió con sus antecesores George W. Bush y Bill Clinton en Washington y pidió a la población que haga donaciones.
En la catedral, el sacerdote Toussaint contó cómo sobrevivió, casi por milagro.
«Vi la destrucción de la catedral por esta ventana», dijo, en lo que queda de la oficina de la arquidiócesis. «No estoy muerto porque Dios tiene un plan para mí».
Otros, sin embargo, se mostraban enojados.
«Es una catástrofe y fue Dios quien nos la envió», dijo Jean-Andre Noel, un técnico informático de 39 años.
(AP)