Desde que el Pibe Valderrama anunció su retiro, el país se ilusionó con múltiples nombres que, a pesar de vestir su mítica camiseta, no cumplieron con las altísimas expectativas.
Pero esa búsqueda se terminó en Brasil 2014. En especial en el partido de octavos de final que enfrentó a Colombia con Uruguay, el escenario escogido por James Rodríguez para demostrar toda su magia por encima de la marca férrea y las patadas de los charrúas por debajo de las rodillas.
Aunque los primeros 20 minutos el volante cucuteño estuvo casi desapercibido, dedicado a realizar pases cortos y a organizar las transiciones de ataque, le mostró al mundo su magia ocho minutos después, cuando mató con el pecho un pase aéreo de Abel Aguilar, miró de reojo el arco rival y, tras una media vuelta espectacular —de auténtico crack— y un disparo imparable, anotó el primer gol para empujar a toda una nación al delirio.
Su segundo pase de magia llegó al inicio del segundo tiempo, tan solo a cinco minutos de que el balón volviera a rodar, cuando capotalizó, en el corazón del área chica uruguaya, un pase de Juan Guillermo Cuadrado para sellar un pase histó rico a cuartos de final.
Esa es la magia de James Rodríguez, la misma con que fue declarado el jugador más valioso de la fase de grupos del Mundial. Esa con la que hoy lidera la tabla de goleadores de Brasil 2014 con cinco tantos, por encima de nombres como Neymar, Arjen Robben y Karim Benzema.
A pesar de los elogios, él prefiere mantener la calma. “Viene lo más duro. Esperamos llegar más lejos en el Mundial”, le dijo a la prensa mundial al término del partido.
Hoy el mundo se rinde a los pies de James Rodríguez y destaca su magia. En especial un país que vuelve a abrazarse por la emoción infinita que genera el fútbol.
texto tomado de el diario EL ESPECTADOR.COM