ALBANY, Nueva York, EE.UU. (AP) — La reunión que tuvo lugar un día de principios de junio en la cámara del Senado neoyorquino fue bastante inusual: Un ex policía acusado de agresión, un pastor conservador y un empresario que estaba siendo investigado por la policía en relación con unos subsidios que recibió para sus clínicas conversaban con algunos de los miembros más prominentes de ese cuerpo legislativo.
Todos eran demócratas. Hispanos de los alrededores de la ciudad de Nueva York.
Y ese día, dos de ellos –Pedro Espada de El Bronx y el ex policía Hiram Monserrate de Queens– que tienen muy poco en común, con excepción de su origen étnico, pusieron en marcha un histórico golpe en el Senado que arrebató la mayoría a los demócratas y se la dio a los republicanos. Mientras lo hacían, asambleístas y senadores demócratas hispanos sonreían disimuladamente.
Si bien se habla poco del tema –de hecho, se lo evita a propósito–, en la política de Nueva York siempre ha habido poderosos bloques de personas que se identifican en torno a su raza, su origen étnico, su género, su barrio o algún otro elemento específico, que puede rebasar las ideologías. El votante puede sentir un rechazo instintivo por este tipo de bloques o sentirse identificado con ellos. El profesor Stanley Fish, de la Universidad Internacional de la Florida, dijo que con frecuencia el votante cree que un candidato que tiene un aspecto físico similar o un estilo de vida parecido actuará como lo haría él.
Esa alianza entre Espada y Monserrate le dio a los hispanos mucho más peso en el Senado de Nueva York y posiciones de liderazgo que les habían negado primero los blancos y, más recientemente, los negros.
Espada, el artífice del golpe, dice que los intereses sectoriales fueron tan solo un componente de la maniobra.
«No hay duda de que fueron un elemento», declaró Espada a la AP. «Para nosotros, (la identificación) no responde tanto a la raza, sino más bien a la cultura, el idioma, los valores básicos. Compartimos la frustración de generaciones de no tener un lugar verdadero en la mesa, una voz verdadera».
Hay 860.000 votantes hispanos registrados entre los 4,2 millones de habitantes de la ciudad de Nueva York. Y hasta la maniobra en el Senado, ningún hispano ocupaba cargos en las altas esferas del gobierno.
«La gente tiene una tendencia natural a desear que le vaya bien a uno de los suyos, alguien de la misma raza o el mismo origen étnico», manifestó Espada. «Esa es la educación que nos dan y no tiene nada de malo».
«El aspecto negativo es que uno puede exagerar esa identificación y negarle a otros su legitimidad, observando el mundo con una visión muy tendenciosa», señaló Espada. «Uno tiene que ser un buen ser humano y reconocer que todos tenemos cosas en común».
La identificación con un sector o un tema en particular siempre ha sido un factor en la política, sobre todo en Nueva York, un estado con muchos grupos étnicos, razas y zonas geográficas, en el que abundan además las personas que se identifican con una causa, como el matrimonio entre personas del mismo sexo.
En su manifestación más extrema, la identificación con un sector o causa puede agravar las divisiones raciales. «Si aceptamos políticas que promueven divisiones, conflictos y cinismo, nada va a cambiar», declaró Barack Obama durante la campaña que lo llevó a la presidencia.
¿Es esta forma de hacer política una herramienta para darle una voz a los que no la tienen o simplemente un arma para tomar el poder a cualquier costo?
Rara vez se discute este tema. Tanto políticos como analistas se abstienen de hablar del asunto por temor a ser tildados de racistas.
«Esto es algo que existe desde hace rato», expresó Robert B. Ward, subdirector de Instituto de Gobierno Nelson A. Rockefeller. «Buena parte del siglo XX la política de Nueva York fue dominada por gente de origen irlandés o judío y en ambos casos su ascenso al poder fue gradual».
En el pasado, legisladores de origen italiano exigieron que la Universidad de Nueva York ofreciese clases de italiano, los irlandeses gestionaron fondos para un museo de la herencia irlandesa y pidieron que las escuelas ilustren a los alumnos sobre la gran hambruna irlandesa de mediados del siglo XIX, en tanto que los judíos consiguieron fondos para librerías e investigaciones del Holocausto. Líderes minoritarios aducen desde hace tiempo que el propio Senado y la oficina del gobernador –que siempre ha sido ocupada por un blanco– favorecen a sectores específicos mediante programas, legislaciones que se ensañan con hombres jóvenes de sectores minoritarios y negando fondos a las escuelas de los barrios pobres.
La maquinaria política irlandesa gobernó las ciudades del estado de Nueva York en los siglos XIX y XX. En un ejemplo de identificación a partir de consideraciones geográficas, senadores republicanos blancos de Long Island desplazaron del poder en 1988 a un bloque de blancos del norte del estado.
El senador republicano Stephen Saland, quien lleva 20 años en la legislatura, dice que esta forma de hacer política alimenta una visión en la que el estado es un cuerpo que sirve únicamente para conseguir fondos para determinados proyectos y causas.
«Estos sectores no se pueden ver y hay una especie de competencia para ver quiénes obtienen más fondos, a expensas de los demás», afirmó Saland.