Por NESTOR IKEDA
WASHINGTON — El presidente Barack Obama, quien ha prometido a los gobernantes del Hemisferio Occidental diálogo en igualdad de condiciones y soluciones diplomáticas a las controversias, al parecer está mostrando un papel inédito frente al golpe militar en Honduras: el de equilibrista.
En su intento de desoír las opiniones de que está tomando parte con el depuesto presidente Manuel Zelaya, miembro de la corriente populista antiestadounidense en Latinoamérica, al mismo tiempo Obama está tratando de no adoptar medidas unilaterales que pudieran tumbarlo de la cima de popularidad que goza en la mayoría de países de la región.
Obama prometió en la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago en abril que quería ser considerado como un socio que no imponía nada, un marcado desvío del unilateralismo que caracterizó a su antecesor, George W. Bush.
Esa política, según analistas independientes, está ahora sometida a su prueba de fuego con Honduras, donde jefes militares derrocaron a Zelaya hace menos de dos semanas expatriándolo en pijamas. El alegato para el golpe: acciones inconstitucionales para gobernar, incluyendo un intento de reformar la constitución que le permitiera reelegirse, pese a la inminencia de las elecciones presidenciales en noviembre y los pronunciamientos contrarios de la judicatura.
La congresista republicana Ileana Ros-Lehtinen, miembro del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes, ha escrito a Obama pidiéndole tácitamente apoyo para Roberto Micheletti, designado presidente por el Congreso en reemplazo de Zelaya. Ros-Lehtinen ha dicho que Obama, si hace lo contrario, actuaría sobre la base de «información fragmentada» de las cuestionables acciones de Zelaya.
Obama ha reaccionado con cautela. Dijo que la forma en que Zelaya fue destituido «no fue legal» y que su gobierno continuaría trabajando con los demás países para restituir el orden democrático a través de organismos internacionales, como la OEA y Naciones Unidas, que ya censuraron el golpe.
«Esta es una situación que requiere de una considerable discreción», dijo Cristopher Sabatini, director de política del Consejo de las Américas en Nueva York. «Nos hemos quejado con frecuencia de la diplomacia obstructiva, de retórica, del gobierno de Bush, y creo que lo que estamos viendo ahora es que Estados Unidos está tratando quietamente de ejercer su poder y autoridad moral».
Estados Unidos es el destino de prácticamente la mitad del comercio internacional de Honduras, tiene un programa de donaciones de 215 millones de dólares en ayuda humanitaria a través de la Cuenta del Milenio y es socio en un acuerdo de libre comercio con Centroamérica. Todo lo que tendría que hacer es cortar esos canales y aislar más a Micheletti.
Pero Washington también ha tenido en en los militares hondureños aliados poderosos en el pasado, especialmente durante la Guerra Fría. Y en su acción de cautela ante los golpistas, no parecía estar solo. Dos días después de la decisión de la OEA de suspender las obligaciones de Honduras en la organización y pedir a sus miembros que analicen la posibilidad de adoptar otras acciones bilaterales contra ese país, ninguno de los 32 miembros que ahora tiene la OEA ha procedido más allá de lo esperable.
«Zelaya puede seguir siendo el presidente legítimo de Honduras y víctima de un golpe militar», dijo Michael Shifter, subdirector del Diálogo Interamericano. «Pero será difícil que retorne a su país».
En realidad ningún presidente depuesto ha sido retornado al cargo por presión internacional. Jean Bertrand Aristide regresó a su cargo en Haití en 1994 después de su derrocamiento en 1991, solamente con una invasión militar encabezada por Estados Unidos.
Según Shifter, la suspensión de Honduras acordada por la OEA parecía una medida «muy drástica y precipitada» que incitaba al gobierno interino de Honduras a aferrarse más al poder.
«Qué hacer con Zelaya sigue siendo un punto críticamente clave de cualquier negociación», dijo a la AP. «Por razones de principio y simbolismo, pareciera bueno para él retornar, pero las preocupaciones de posible intranquilidad en Honduras tienen también que ser tomadas en cuenta».
El canciller brasileño Celso Amorim discrepa. Cree que las acciones de la OEA, más las del Banco Mundial y Banco Interamericano de Desarrollo, de suspender los créditos a Honduras y congelar sus actuales programas de más de 400 millones de dólares en total, difícilmente serán resistidas por el gobierno de Micheletti.
«Sin esa ayuda económica y sin petróleo este régimen golpista no va a durar mucho», dijo a reporteros en París, donde está de visita oficial.
La forma en que Obama ha tomado las manifestaciones violentas en favor de Zelaya en Honduras preocupa igualmente a Mark Weisbrot, codirector del Centro para la Investigación Económica y Política (Center for Economic and Policy Research).
«El gobierno de Obama ha permanecido en silencio frente a la violenta represión en Honduras, incluyendo los disparos de militares y la muerte de manifestantes desarmados y la censura de la prensa», dijo. «Este silencio ha ayudado al gobierno golpista a ver una prolongada expectativa de vida».
Durante el debate de la OEA el sábado 4 de julio, día de la independencia de Estados Unidos, la delegación estadounidense mantuvo un perfil discreto y su intervención fue más bien protocolar. Pero el vicecanciller canadiense Peter Kent repitió lo que ha estado diciendo en días previos sobre los hechos en Honduras, al insinuar indirectamente que Zelaya no era tampoco un santo.
Si bien el golpe era en sí «una afrenta» para la región, donde hasta el 28 de junio todos los países excepto Cuba tenían gobiernos elegidos en libertad, existía también «un contexto en el cual ocurieron los acontecimientos» que no debiera ser ignorado, dijo.