Por MARCOS ALEMAN
VERAPAZ, El Salvador — Las lágrimas rodaban por el rostro severamente golpeado de Elsy Portillo mientras caminaba el lunes detrás de ataúdes con los cuerpos de su madre y de su único hijo en este poblado enterrado por un deslave masivo, uno de varios que mataron al menos a 130 personas a nivel nacional.
El cuerpo de Portillo fue golpeado repetidamente contra las paredes de su casa mientras intentaba impedir que su hijo de 7 años fuera arrastrado por el poderoso río de lodo, rocas y agua que arrasaron el pueblo durante la madrugada del domingo.
La mujer de 40 años sobrevivió, pero dijo que perdió todo para lo que había vivido.
«Me quitaron mi angelito. Me quitaron mi angelito», dijo sollozando y con el párpado derecho cerrado por la inflamación.
Días de fuertes lluvias desataron el domingo inundaciones masivas y aludes en todo el montañoso país centroamericano.
La presencia del huracán Ida en el occidente del Caribe al final de la semana pasada pudo haber sido un factor que llevó el sistema de baja presión cargado de agua en el Pacífico hacia El Salvador en el otro lado de Centroamérica, dijo Dave Roberts, un especialista en huracanes en el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos, en Miami, Florida. Ida se debilitó el lunes al perder poder sobre al agua en su camino a tierra en la costa estadounidense del Golfo de México.
Ningún lugar resultó más golpeado que Verapaz, un poblado agrícola pobre de 7.000 habitantes en la pendiente del volcán Chichontepec, ubicada aproximadamente a 50 kilómetros (30 millas) al este de la capital, San Salvador.
El ministro de Gobernación, Humberto Centeno, señaló que se confirmó la muerte de 130 personas, 60 están desaparecidas y 13.680 quedaron sin vivienda, a nivel nacional.
Rocas, muchas de ellas de más de una tonelada, llenaban las calles adoquinadas. Vehículos y casas surgían entre montañas de lodo. Cadáveres de vacas en estado de descomposición yacían sobre tejados después de haber sido lanzadas al aire por la fuerza de la corriente, que convirtió la normalmente pintoresca población cafetalera en una zona de desastre.
Soldados y pobladores continuaban excavando entre las rocas y escombros en busca de 47 personas que seguían desaparecidas el lunes. Muros y cables eléctricos derribados impedían el paso de maquinaria pesada. Muchos utilizaban sus manos desnudas.
Las esperanzas de encontrar sobrevivientes disminuían con el paso de cada hora.
El presidente Mauricio Funes voló al lugar para inspeccionar el daño y exhortó a legisladores federales a aprobar millones de dólares en préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo, diciendo que parte de los fondos serían reorientados a la reconstrucción.
«Las imágenes hablan claro», dijo Funes después de detenerse a hablar con hombres que sacaban con pala más de un metro de lodo de sus casas.
Portillo fue una de cerca de 200 residentes del lugar que pasaron la noche en una iglesia en el poblado cercano de San Isidro después de perder sus casas. Ocho de los cadáveres, incluidos los de su madre e hijo, también fueron enviados en ataúdes a la iglesia.
Mientras los niños dormían sobre el piso, muchos de los adultos pasaron la noche rezando y llorando sobre los ataúdes alineados cerca del altar. Algunos los abrían para ver quién estaba en ellos. Una mujer se desmayó. Se encendieron cirios pequeños que fueron colocados sobre los féretros.
Portillo dijo que la lluvia fuerte la despertó el domingo. Cuando vio la corriente dirigirse a su casa despertó a su hijo y trató de subir al techo.
Pero cuando abrió la puerta la fuerte corriente que llenó su casa los arrastró y ya no pudo sujetar al pequeño cuando fue arrojada contra una pared de cemento.
«La correntada me revolcó, pero nunca perdí conocimiento», comentó. «He tragado tanto lodo».
(AP)