MOUNT HOLLY, Nueva Jersey, EE.UU. (AP) — Tras la muerte de los hondureños Alex Aguilar y Marcial Morales Maldonado, sus familiares y sus compañeros de trabajo continúan preguntándose cómo fue que su sueño de una vida mejor terminó con una tragedia en otro país.
Alex Aguilar dejó a su familia y el trabajo que tenía en una finca de Honduras hace siete años, logró encontrar un trabajo encargándose de alimentar caballos pura sangre seis días a la semana en un establo de Nueva Jersey, limpiando además las instalaciones. Su madre se sentía especialmente preocupada cuando Aguilar partió.
«Fue una gran tristeza para todos nosotros, pero en especial fue difícil decir adiós para ella», dijo el hermano de Alex, Jose Aguilar. «Es difícil para cualquier madre o hermano decir adiós y no saber cuándo o siquiera si se va a volver a ver a alguien».
El mes pasado Alex Aguilar, de 29 años y su compañero de trabajo Morales Maldonado, de 48, fueron encontrados muertos a machetazos en la Granja de Caballos Sterling Chase en Springfield, un establo de 74 hectáreas (118 acres) donde trabajaban y vivían.
En la granja había otros dos trabajadores hondureños, que también compartían vivienda, y fueron acusados de las muertes. Carlos Reyes enfrenta dos cargos por asesinato y su hermano, Cesar Reyes, es acusado como testigo de relevancia. Los sospechosos escaparon a Houston, pero fueron arrestados y permanecen en una cárcel de Texas en espera de su extradición a Nueva Jersey.
«Estamos desconcertados por esto, aquí y en Honduras», dijo Edis Morales, un sobrino de Maldonado en una entrevista realizada junto con Jose Aguilar en un centro comunitario en Mount Holly. «Hemos hablado de esto por horas y horas, ¿cómo pudo ocurrir?».
Los cuerpos mutilados fueron descubiertos boca abajo frente a las viviendas que compartían los trabajadores. Las víctimas fueron atacadas con un machete de la granja, según indicó la policía.
Morales y José Aguilar dijeron conocer a Carlos Reyes por la comunidad de Hondureños en Nueva Jersey. Era famoso por tener un humor muy malo que lo hacía explotar por cosas pequeñas, según contaron, pero nunca se imaginaron que una discusión sin importancia le haría cometer dos asesinatos.
La policía indicó que ambas víctimas y los acusados eran inmigrantes ilegales, pero los funcionarios de migración aún no han dicho si interpondrán cargos contra los propietarios del establo que los contrataron. Se trató de establecer comunicación con los propietarios de la granja pero no hubo una respuesta.
En los días posteriores a las muertes, Morales y Jose Aguilar tuvieron dificultades para cubrir los 7.000 dólares que se necesitaban para enviar los cuerpos a Honduras y debieron pedir dinero a cientos de agricultores. Iban de granja en granja solicitando pequeñas donaciones y préstamos. «Fue un reto», dijo Morales. «Pedíamos dinero a la gente como nosotros, trabajadores pobres».