Por: Guillermo Romero Salamanca
Una lluvia de recuerdos cayó en nuestra mente cuando Gustavo interpretó el Ave María de al final de la ceremonia litúrgica realizada para despedir al más allá a Fernando Plaza Cayón, el amigo.
Con especial sentimiento el joven argentino hizo vibrar las cuerdas de su violín con las notas de Franz Peter Schubert. Los asistentes a la iglesia de Cristo Rey, al norte de Bogotá, las sintieron profundamente y en silencio siguieron orando por el padre, abuelo, jefe y amigo que hacía su último viaje.
Aunque Fernando Plaza Cayón nació en España amó a Colombia apasionadamente. Llegó por amor y se despedía con ese mismo sentimiento. En Madrid conoció a Norita Ardila y se enamoró profundamente y le prometió que se lanzaría al mar si fuera necesario para conquistarla y así lo hizo dos meses después de ese encuentro. Zarpó en Cádiz y llegó a Cartagena. Luego arribó a Bogotá y le prometió amor eterno a su “cielito”, como le decía cariñosamente a Norita.
Fernando contaba con gracia cómo la familia de Norita le hizo el recibimiento con un asado. “Repartieron lechona y yo veía cómo le sacaban y sacaban cosas al pobre cerdo y eso me impresionó y luego, cuando me sirvieron un tamal, comencé a comerlo con las hojas, hasta que Norita me explicó cómo se debía comer”, recordaba mientras se pasaba su mano derecha por los ojos como queriendo borrar aquel día.
Pero desde ese momento supo cómo éramos los colombianos, con sus pensamientos y gustos. De inmediato se puso a hacer lo que hizo toda su vida: trabajar. Se levantaba a las 3 de la mañana y se dirigía a la lavandería del Hotel Tequedama donde laboró varios meses hasta cuando determinó montar su propia empresa en el barrio Sears, hoy Galerías. Toda la sociedad bogotana supo así que el mejor sitio para lavar prendas finas y planchar vestidos de novias y de pedrería era la Lavandería Valet Plaza. Muy pronto dos camionetas azules iban y venían llevando toda clase de ropa.
Fernando no paraba de trabajar. Tenía una práctica especial para planchar. Y a muchas personas les enseñó su oficio. Era meticuloso con el cuidado de cada prensa y por eso cuando salía a la calle, las personas quedaban impresionadas con las rayas del pantalón, con la blancura de sus camisas y su limpieza de sus corbatas. En un viaje de los reyes de España a Bogotá, algunos de sus trajes fueron llevados a la lavandería de Fernando.
A la par de sus inagotables jornadas, Fernando fue recolectando amigos y se convirtió en un anfitrión de primera clase. Por sus apartamentos de Bogotá y Miami pasaron decenas de personajes políticos, empresarios, cantantes, actores, productores, periodistas…
Era un cocinero sin par. Son recordadas sus paellas, sus pechugas en queso azul, sus tortillas españolas y desde luego su arroz con leche. Cocinaba casi de todo, menos, lentejas. “Lo que pasa es que cuando niño, viví la guerra civil en España y era lo único que veíamos por semanas y me traen esos momentos y no quisiera repetirlos”, comentaba.
Además de querer a su “cielito” amó y adoró a sus dos hijas: Mónica y Lorena. “Cuando Lorena era pequeña me enloquecía con su frase de “!!!Exijo una explicación!!!” y Mónica con el “¿por qué no?”.
Y de un momento a otro Fernando comenzó a viajar por todo el mundo. Europa, Asia, África, Estados Unidos, Centroamérica. En sus pasaportes no les cabía un sello más. Detestaba tomar agua en vasos de plástico y le fascinaba coleccionar cosas: cajas de fósforos, bolígrafos de hoteles, toallas playeras…Le encantaba tener la cámara de fotografía de último momento y tenía grabadoras, radios de todos los tamaños.
No se puede calcular el número de fotos que tomó en su vida, pero son millares. Las hay con príncipes, duques, empresarios y en decenas de sitios…
“Romero, me decía, la vida es como un billete” y tomaba uno y lo doblaba en tres partes. La primera, unos 25 años es para la formación: educación, jornadas físicas…la segunda, para conseguir plata y la tercera, es la que va de gratis. Después de los 50 años, cada día debe ser el mejor. Se debe esforzar uno por vivirlo como si fuera el último”.
Fernando caminaba. Cuando nos encontrábamos en Miami los íbamos desde la 5055 Collins Avenue, donde quedaba su apartamento en el Cristal House hasta la primera. Eran jornadas diarias de más de 10 kilómetros y descalzos.
En una oportunidad nos fuimos así y llegamos sudorosos y sin zapatos a un restaurante a desayunar. “Van a pensar que somos inmigrantes”, dijo y agregaba: “joder”. Y pidió lo de siempre: jugo de naranja, huevos fritos por ambos lados y dos panes.
En esas caminatas hablábamos de los tiempos en los cuales recorrió los primeros años de Julio Iglesias, de cómo lo presentó en Colombia a gente de la prensa y la televisión. Fernando se convirtió en el relacionista número uno de los artistas españoles y no había quien le ganara. Era una enciclopedia de anécdotas.
En algunas de esas jornadas nos acompañaban algunos cantantes. Una vez fuimos con Jerónimo, pero no volvió más porque se le ampollaron los pies. “Es que tú sólo debes cantar y componer”, le comentó. Otras veces fuimos con Néstor Jiménez. “Estás muy gordo y así no puedes cantar”, le manifestaba.
Otras veces caminábamos kilómetros y kilómetros en completo silencio. Pensando. Pensando. Una más lloraba por la ingratitud de las personas. Otras nos reíamos y soltábamos carcajadas al mar recordando algunos incidentes.
Llegábamos de caminar y cuando pensaba que descansaría, Fernando empezaba a arreglar el apartamento. Era muy ordenado. Limpiaba una y otra vez los vidrios, espejos, vasos…y le oía su mandato: “tú, escribe”.
En las noches íbamos al hotel Hilton Fontainebleau. Era amigo de casi todos los meseros y gente del lugar. “¿Don Fernando, qué le apetece hoy?”. “Un sándwich club y jugo de naranja y ¿tú, Guillermo?”.
Los sábados nos íbamos para la calle 8. Le encantaba una pastelería donde consumía unos bizcochos grandísimos. “Norita me tiene prohibido venir aquí, no le vayas a decir nada… ¿quieres otro?”. “No, Fernando, con la mitad de este es suficiente…”, le contestaba.
Pasábamos por los moros y cristianos a Versalles y luego bajábamos a ver obras de teatro. Se emocionaba con los diálogos y al final me decía: “Vamos a invitar a los directores a comer mañana en la casa”. Y en efecto, al otro día, estaba todo el elenco departiendo y escuchando a Manolo Escobar, su ídolo.
Fernando era muy sensible con las expresiones artísticas. Lloraba con una buena interpretación o cuando escuchaba o leía una nueva composición. “! Ya lo veréis!”, advertía cuando olfateaba un buen éxito.
Se daba a la gente. Así como era amigo de Emilio Estefan, Raphael, Julio Iglesias, José Luis Rodríguez “El Puma”, Paloma San Basilio, Lolita, Dyango, conocía a decenas de nóveles aprendices de canto. “¿Por qué no buscas otro oficio?”, le dijo a uno que pretendía ser estrella.
Tenía amigos de todas las condiciones. Ricos, pobres, empresarios o desempleados. Un día fuimos a un matrimonio de un argentino con una cubana. Era en un patio de la 22, cerca del Ritz y estaban en malas condiciones. No dudó Fernando en pagar la pizza y las cervezas que pidieron los novios y acompañantes.
“¿Te fijas, Guillermo, te fijas?”, me podía decir en Miami, Los Ángeles, Nueva York, México, Acapulco, Cancún, Madrid, Cartagena, Caracas, Panamá, Santo Domingo, Cali o en cualquier barco o avión donde nos encontrábamos o viajábamos a cubrir eventos como Reinados de Belleza, conciertos, ruedas de prensa …
Una vez nos gozamos Nueva York. Era de noche y caminamos más de 50 kilómetros. Cruzamos la isla de punta a punta. Nos reímos de los locos, de los borrachos, de la gente extravagante y se quedaba su frase…”Guillermo, ¿esto qué es?” La Quinta Avenida, el Madisson Square Garden, Times Square, los almacenes de relojes, el Central Park, hoteles y comida en el restaurante de una de las torres gemelas…!Qué vida!.
El 19 de mayo desayunamos y hablamos de lo siempre: artistas, trabajos y repasamos la agenda. Estaba contento con su página web. Quería traer a Rey Ruiz para Miss Mundo. No entendía por qué no le prestaban atención en Sony Music. “Es que desde que se fue Carlos Alberto Gutiérrez, las cosas son muy distintas”, dijo. Quedamos en salir a caminar el domingo siguiente…
La vida quiso otro rumbo.
Hoy, por petición expresa de Mónica, estaba allí cargando el ataúd, al lado de Julio, su yerno y del gran Jorge Enrique Bautista, uno de los mejores amigos de Fernando…Las notas del Ave María seguían volando por el espacio y yo, la verdad, no sabía cómo darle las gracias por todos los favores recibidos, por sus múltiples atenciones, por sus gestos, por su amistad.
Eran dos sentimientos agolpados en ese momento: uno de tristeza, como es lógico y otro, de alegría, porque sé que Dios, con su infinita misericordia, le tenía su puesto de privilegio, porque él sabe agradecer a quienes trabajan por hacer un mundo mejor y porque Fernando sólo repartió amor a lo largo de vida.
Fernando, mil gracias por tu inigualable amistad.