Maravilla la operación de un hacker de Miami autodidacta

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Por TAMARA LUSH

MIAMI BEACH — La habitación 1508 del Hotel Nacional de South Beach, situada junto a una hilera de palmas y una piscina enorme, es el vivo reflejo de un art decó lujurioso. Y fue allí donde el 7 de mayo del 2008, las autoridades confiscaron dos computadoras, 22.000 dólares en efectivo y una pistola perteneciente a un individuo que en la internet era conocido como «soupnazi».

Su nombre verdadero es Albert González y estaba allí con su novia cuando llegaron las fuerzas de seguridad. No fue un arresto cualquiera: González fue acusado de meterse ilegalmente en redes de computadoras de empresas y de robar los números de millones de tarjetas de crédito y de débito. Lo más notable es que, antes de dedicarse a estas actividades, González había sido informante del servicio secreto.

Esta semana, González, de 28 años, fue encausado en el estado de Nueva Jersey y también tiene procesos pendientes en Nueva York y Massachusetts. Se le atribuye el robo de los números de 170 millones de tarjetas.

Los entendidos se maravillan del alcance de su operación, que González habría descripto como un plan «para hacerse rico o morir intentándolo». Un analista la comparó con la operación de contrabando de drogas descripta en la película «Cara Cortada».

«Albert González es sin duda el Tony Montana del robo de tarjetas de crédito», comentó Sean Arries, experto en seguridad de computadoras de la firma Terremark, aludiendo al protagonista de la cinta, personificado por Al Pacino.

González está preso desde su arresto en el 2008 en Miami Beach y encara en principio juicios en tres estados. De ser hallado culpable, podría pasar el resto de sus días en la cárcel.

Su abogado, René Palomino Jr., no quiso hablar de las acusaciones en detalle pues el caso se encuentra «en una etapa muy delicada», según dijo. Indicó que se estaba negociando un arreglo extrajudicial con los fiscales de Nueva York y Massachusetts. Todavía no había sido encausado en Nueva Jersey.

La gente que lo conoce dice que González es un hombre tímido, retraído, que terminó envuelto en el mundo del delito casi sin darse cuenta.

«No es una mala persona, no quiere hacerle mal a nadie y no es capaz de matar una mosca», aseguró Palomino, quien conoce a González desde que tenía ocho años y hacía de monaguillo.

González es hijo de un cubano que vino a Estados Unidos en una balsa en la década de 1970, según Palomino. El padre cuidó jardines, se casó y tuvo dos hijos, Albert en junio de 1981 y una nena. La familia se estableció en una modesta vivienda que compró por 54.000 dólares en un barrio de clase obrera de Miami.

«Era un buen chico, jugábamos a las escondidas», recuerda una vecina, Vanessa Pedrianes, de 25 años. «Después se hizo más retraído que los otros chicos. Era muy inteligente».

Los padres de González le compraron una computadora cuando tenía ocho años, indicó Palomino, quien estaba a cargo de un grupo de niños de una iglesia luterana en el que participó el cubano. Cuando un virus afectó la computadora, González se molestó tanto que decidió aprender todo lo relacionado con el aparato, según el abogado.

«Este chico es un genio autodidacta», agregó. «Albert no tuvo una infancia normal. No tuvo amigos. Su mejor amiga fue la computadora. Se pasaba horas con la computadora».

González se metió por primera vez en líos en 1990, cuando el FBI y la policía local fueron a su escuela secundaria para investigar si había usado las computadoras de la biblioteca para meterse en servidores del gobierno indio y dejar mensajes ofensivos. No está claro cómo se resolvió ese caso.

González no fue a la universidad. En 1999 fue acusado de posesión de marihuana, pero el caso fue anulado. Palomino dice que consiguió trabajo en computadoras en una firma de Nueva Jersey, pero no reveló en qué consistía.

No se sabe qué fue de su vida entre ese momento y su primer arresto, en el 2003, por ingresar ilegalmente en redes de computadoras. No fue encausado porque aceptó ser informante y ayudar a las autoridades a pillar a otros hackers.

Palomino sostiene que González debió haber recibido tratamiento terapéutico por lo que describe como su «adicción» a las computadoras. Afirma que fue usado por las autoridades como si fuese una máquina para detectar a otros hackers.

En los cinco años siguientes, sin embargo, González siguió ingresando ilegalmente en redes de computadoras de grandes compañías, mientras paralelamente colaboraba con las autoridades.

Vivía como rico, producto de la venta de la información que robaba, según los documentos de los tribunales. Pagó 75.000 por una fiesta de cumpleaños para él mismo, se quejó de que tuvo que contar a mano 340.000 dólares en billetes de 20 porque se la había roto una máquina contadora y habló de invertir en un nightclub.

En el 2005, González compró un condominio de un dormitorio por 118.000 dólares cerca de sus padres, en un edificio de tres pisos habitado mayormente por jubilados e inmigrantes recién llegados. No se sabe si vivió allí pues nadie recuerda haberlo visto.

En esa misma época, dicen los agentes federales, González planificó un sofisticado sistema para penetrar redes de computadoras, robar información de tarjetas de crédito y débito, y enviar esa información a servidores en California, Illinois, Letonia, Holanda y Ucrania.

Una de las técnicas consistía en recorrer con cómplices distintas áreas tratando de pescar las señales inalámbricas de tiendas grandes. Cuando se conectaban con una red vulnerable, instalaban programas que obtenían los números de las tarjetas a medida que eran procesados por las computadoras de la tienda y luego intentaban vender la información.

Otro método era el de penetrar una red y colocar programas que les daba acceso a esa misma red más adelante para robar información.

James Lewis, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, dice que se cree que los presuntos cómplices de González están en Rusia o cerca de allí y que, de ser así, será difícil extraditarlos, por lo que el cubano sería el único enjuiciado.

«Es bastante común en casos de este tipo que los cerebros vivan en el exterior y tengan un socio en Estados Unidos», expresó Lewis. «Al final de cuentas, González era el que corría todos los riesgos».

Agencia AP.

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