Por ROBERT H. REID
Mir Hossein Mousavi ha pasado de ser un ciudadano más para transformarse en una especie de estrella de rock –un encanecido y barbado veterano del régimen islámico, quien ahora luce al frente de un movimiento que mueve a numerosos jóvenes en busca de un cambio.
Pese a su nueva fama, Mousavi sigue trabajando dentro de su vieja oficina en la Academia Iraní de las Artes y vive en la misma casa de ladrillos, más bien modesta, dentro de un distrito de clase media en Teherán, de acuerdo con un asesor.
Sólo que ahora, viaja vigilado por guardias armados que le envió el mismo gobierno al que está desafiando.
Cuando aparece en público, como durante la protesta opositora del jueves en Teherán, las muchedumbres se agolpan en torno de su automóvil y corean su nombre, de acuerdo con testigos en la capital iraní.
No está claro qué llevó a este arquitecto y artista, de carácter más bien sereno –quien dos veces se negó a buscar la presidencia–, a enfrentarse con el orden establecido del que alguna vez formó parte.
Tampoco se sabe cómo responderá Mousavi si el movimiento opositor se transforma, de una campaña contra el presunto fraude en los comicios del 12 de junio, en un desafío más grande y directo contra los valores centrales de la república islámica, los cuales indican que los líderes clericales tienen la última palabra sobre los asuntos de relevancia.
Incluso durante la campaña electoral, Mousavi fue menos crítico hacia el presidente Mahmud Ahmadinejad que otro candidato, el ex líder parlamentario Mahdi Karrubi, quien recibió sólo una fracción de los votos.
Algunos aliados a la campaña dicen que la oradora más crítica en la familia de Mousavi es su esposa, Zahra Rahnavard, una prominente profesora, quien estuvo a su lado durante los actos proselitistas.
Durante años, Mousavi permaneció fuera del escenario político, pintando –principalmente sobre temas religiosos– y diseñando edificios, incluidas dos universidades, una mezquita, un museo y un centro comercial.
Empero, una figura de 67 años, casi desprovista de carisma, se ha convertido en una suerte de héroe para una generación esperanzada por el cambio, organizando protestas con tecnologías como los teléfonos celulares y la internet, que no existían en 1979, cuando sus padres derrocaron al sha apoyado por Estados Unidos.
El jueves, las multitudes ovacionaron a Mousavi, quien, vestido con traje negro, subió al techo de su camioneta para hablar a sus seguidores mediante un altavoz, en vez de hacerlo desde un escenario.
Aunque muchos de sus seguidores han sido detenidos los asesores insisten en que Mousavi ha mantenido su vieja rutina. Ello, pese a que se intensifica su desafío al poderoso orden clerical establecido.
«Mousavi va a su trabajo normalmente, como jefe de la Academia Iraní de las Artes, y vive con su familia en el mismo lugar que habitaba antes de las elecciones», dijo Korban Behzadian Nejad, jefe de las oficinas generales de su campaña.
«Simultáneamente, él sigue con sus actividades en busca de anular las elecciones».
Buena parte del atractivo de Mousavi entre los iraníes ansiosos por un cambio se deriva probablemente sólo del hecho de que él no es Ahmadinejad, un político de línea dura que no ha cumplido sus promesas económicas y quien parece proclive a las declaraciones de provocación –desde llamar «polvo» a los manifestantes hasta negar la existencia de la matanza de judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial–.
Comentarios semejantes han provocado controversia en el país y fuera
Agencia AP.