Se han ido Cronkite y la voz de la autoridad

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Por TED ANTHONY

WASHINGTON — «Y así es como es», habría dicho.

La idea de que alguien pudiese desentrañar los acontecimientos mundiales y reducirlos a media hora sensible y comprensible era muy reconfortante.

Apenas ha transcurrido una generación desde que Walter Cronkite desapareció de nuestras pantallas. Pero la noción de un hombre con autoridad, simpatía, prestigio y control resumiendo lo que pasa en el mundo después de la cena para toda la nación parece un poco extravagante en el coliseo tecnológico que son las comunicaciones del siglo XXI.

Muchas de las despedidas que tributaron las cadenas informativas al presentador de CBS, que murió el viernes a los 92 años, parecieron girar en torno de la figura paternal. Los conductores y reporteros que forman parte de otra época lucharon por forjar la idea del conductor monolítico.

«Tío Walter» solíamos llamarlo.

Hoy día nos vemos inundados por un río incesante de información las 24 horas al día, en gran parte caótico y crudo, sin nadie que nos guíe en medio del vértigo.

Aunque los noticiarios televisivos de las cadenas siguen siendo populares, su público es de mayor edad y ha ido disminuyendo, con una pérdida de un millón de televidentes por año desde que Cronkite se retiró como conductor en 1981.

A fines del año pasado, según Gallup, el 31% de los estadounidenses consideraba la Internet como fuente diaria de noticias, un aumento del 50% respecto del 2006. Eso significa casi 100 millones de personas buscando las noticias en línea a su conveniencia en vez de encender el televisor y esperar su horario fijo.

Simultáneamente, el público ahora quiere tener una participación en las noticias y la atención directa de quienes las producen. Lo demandan y lo consiguen.

Brian Williams de NBC, por ejemplo, actualiza un blog diariamente. El conductor Rick Sánchez de CNN ha adaptado su programa de media tarde a los comentarios de sus seguidores en Twitter y Facebook. Las noticias se han convertido en calles de doble vía.

Eso puede ser a la vez productivo y peligroso.

Da voz a quienes no la tienen. Pero también puede engendrar realidad por consenso. Si un número suficiente de personas lo dice de manera sonora, debe ser verdad. En las décadas del 60 y 70, Cronkite era aceptado como la encarnación cotidiana de la verdad empírica, «una voz de certidumbre en un mundo incierto», como lo calificó el presidente Barack Obama el viernes por la noche.

La legendaria evaluación de Cronkite sobre el atolladero de Vietnam —que hizo lamentarse a Lyndon Johnson «si he perdido a Cronkite, he perdido a la clase media»— suele considerarse como un barómetro del poder del conductor en esa época. Lo que no debería ignorarse es que, aun en ese entonces, ya había comenzado la declinación de ese tipo de influencia.

En el 2009, la noción misma de la confianza, al menos en el ámbito público, parece inestable. Es algo que seguimos deseando, pero en una era de mentiras colosales, instantáneas, sin precedente, la confianza es algo que no abunda en la evaluación de las fuentes de información.

La certeza de todas las noches, al estilo Cronkite, es cosa del pasado, si es que acaso existió de verdad. Quizás en esta Era de las Muchas Voces, la certeza no es para nosotros. Quizás así es como es.

Agencia AP.

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