Bogotá, D.C., noviembre 28 de 2020. Escrito por Jaime Honorio González. @JaimeHonorio La noticia me la dio quien -tal vez- menos sabe de fútbol en mi familia, familia grande donde casi todos saben de fútbol. Menos esa persona. Y yo.
11.17 a.m. “murio maradona????”.
Ese miércoles había empezado mal. En reversa. Sentado frente a mi pantalla, buscaba algo que no encontraba, trabajaba en algo que no quería y escribía algo que no fluía, pegaba palabras, mejor dicho.
Estaba contrariado. No es que presintiera nada ni mucho menos. Tampoco tan bobo. Pero estaba jarto el día, como raro, como incómodo. Así que cuando leí esa frase en el chat de Familia, supe al instante que era cierto. Y -entonces- todo se hizo peor, de ahí en adelante solo cometí errores, perdí el control, decidí mal. Y suavemente lloré.
Mientras confirmaba la noticia, que fue muy rápido, empecé a buscar vuelos a Buenos Aires y descubrí que no había. Me angustié más. Desde que me hice periodista, prometí estar allá, el día que sucediera. Y tenía que pasar justo en esta pandemia. Maldita sea.
Llamé a la Agencia de Viajes y el encargado me dijo que el próximo avión salía a las 3. Miré el reloj, 12 y 10. No alcanzaba. No tenía ni un dólar en el bolsillo y aún me faltaba notificar en casa mi decisión. Sí, leyó bien. Notificar. Porque, esta vez, nada me iba a detener.
- ¿Y el próximo?
- Viernes 5 am.
- Mónteme en ese.
La tristeza me estaba ganando por goleada. No reaccionaba. Me derrumbé en una silla a leer confirmaciones de todo el mundo, de todo el mundo, se murió, se murió, se murió, y mientras lo iban muriendo empecé a recordar momentos bellos que me regaló: los 4 goles a Gatti, porque lo había tratado de gordito; el gol con la mano que -menos el árbitro- todos vimos; el perfecto pase a Caniggia -medio segundo antes de caer- para sacar a Brasil de Italia – 90; el calentamiento en Münich mientras suena Live is life de Opus en el estadio; la curva imposible del tiro libre a la Juve; el barrilete cósmico, por supuesto (de qué planeta viniste); mil más que me van y me vienen en un interminable desfile de elásticas imágenes, viéndolo correr, eludiendo piernas, con la bola pegada, llevándola a mil por hora, tan perfecto, tan maravilloso, tan ballerino, mientras soñaba despierto imaginándome en su piel, en su guayo, creyéndome zurdo como él, enganchando en mi mente como él, suspirando en silencio antes de jugar banquitas, invocándolo en cada partido (qué tronco soy), corriendo a verlo en los resúmenes del noticiero apenas por algunos eternos segundos, y ya. Esperando a mi amigo, que me prestara la revista para verlo en fotos. Vida triste, ya no está.
Anuncian 3 días de duelo nacional y 2 de cámara ardiente en la Casa Rosada. Hago cuentas y me da que el funeral sería el sábado en la tarde. Llego a Argentina de madrugada. Cumpliré mi palabra. Lloro a escondidas. Me da vergüenza con mi hijo.
El jueves seguía peleando conmigo mismo. Era mi forma de no aceptar lo que pasaba. Ignoré la radio. Ignoré el mundo. Me refugié en tratar de entender lo que me identificaba con este señor. No podía ser solo su magia con la pelota. Este mundo tan formal, yo amaba su desparpajo. Este mundo tan legal, él caminando por la cornisa. Este mundo que adora a los que no rompen un plato, yo feliz porque Diego acababa con la vajilla. Todos nosotros tan de derecha, Diego manejando por la izquierda. No tomes, él un borrachín. No fumes, él un drogadicto. Sé fiel, él un mujeriego. No comas, él un insaciable tragón. Al final, Diego era todo lo que no se puede ser. O, por lo menos, lo que -socialmente- no se puede aceptar ser.
Mundo hipócrita que se cree puro mientras mete las manos en el lodazal. No conozco a alguien -alguien sensato- que se niegue a leer a Edgar Poe porque escribía absolutamente drogado a punta de opio, que consumía para escapar de sus demonios que no para escribir. Como Diego. Ni encuentro muchas críticas contra Jagger o los otros abuelos de los Stones por todo lo que se metieron. Aunque sí hay los que condenan al cocainómano Maradona pero adoran al periquero Jagger. Qué mal ejemplo, dicen de aquél. Eterno, dicen de éste. Falsos.
¿Quién habla mal de George Best por haberse muerto de cirrosis de tanto alcohol que bebió? Es un casi mártir en Manchester. Y ni hablar del buen Garrincha, pobrecito tan alcohólico, tan pobre, tan chueco (me refiero a los pies), tan brasileño, menos mal podía ahogar sus penas. Ah no, pero Maradona, no. ¡Borracho ese!
Y ahí fui encontrando razones hasta que en la noche alguien gritó que ya lo habían enterrado y me corrió un frío horrible. ¿Cómo así que lo sepultaron apenas 24 horas después de muerto? ¿En serio? Pero si es Maradona, pero si su noticia salió en todos los diarios del mundo. Ni eso pudieron hacer bien con Diego.
Ahora sé, por fin, por qué lo amaba. Ahora lo entiendo todo. Ahora descubro que no fue más que el espejo en el que quería verme, el que quise ser, el que quise encarnar, idolatrándolo en silencio, tan mortal sobre el césped, tan inmortal afuera.
Y me veo como todos, buscando ser mejores, sin salirnos de la línea, puestecitos, caminando derechos, sin trascender, sin hacer ruido, ahí viviendo, sobreviviendo, mientras criticamos a los otros y nos vamos muriendo en vida.
Deberíamos rebelarnos, de vez en cuando, alguna vez, algunas veces, al menos más seguido, más subversivos, más como Diego, como algo de Diego. Se los pido yo, yo pidiendo un poco de subversión para estas aburridas vidas mientras peleo con mi niño por el pelo largo. Pero no lo haremos. No seremos como él.
Tienen que ver los 30 segundos del encuentro de Maradona con Roberto Gómez Bolaños, que comienza cuando Claudia Villafañe (la ex de Diego) le da quejas al comediante: “Nosotros le queremos apagar el televisor en realidad, que cuando lo mira a Usted no habla con nadie, no hace nada, solo mira El Chavo”. Entonces, El Chavo del 8 se voltea hacia el 10, lo mira a los ojos y se funden en un colosal abrazo.
Y en una de sus mejores jugadas, Diego lo remata al final: “Usted es mi ídolo”, le dice a Chespirito. Ahí, humildemente, de inmortal a inmortal. Mitológico.
Cuando el mexicano se va, el niño que Maradona lleva dentro se adueña de Diego, que empieza a celebrar feliz de la dicha porque había cumplido un sueño, el de conocer a su héroe. El mío era estar en su funeral, pero el destino me jugó una pasada. No tuve más remedio que cancelar el viaje. No cumplí mi promesa.
Perdóname Diego. Espero que estés en el mío.
texto tomado en su totalidad del portal 2palabras.co