Sexo, sangre y Mozart en Don Giovanni

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Por GEORGE JAHN

VIENNA — Sangre. Vestuario deslumbrante. Voces magníficas y solistas orquestales estupendos. Ingeniosa dirección escénica.

Sumando estos elementos, se obtiene una excelente producción de Don Giovanni de Mozart.

La puesta presentada el viernes en el Theater an Der Wien de la capital austríaca no abrió nuevos rumbos: data de 2006. Pero ha resistido bien el paso del tiempo.

Bajo la dirección escénica de Keith Warner, este Don Juan es algo más que un casanova neurótico que ha seducido a más de 2.000 mujeres en su vida. Es gracioso, tierno, amenazante y finalmente patético al morir en una caja de plexiglás manchada con su propia sangre, antes que renunciar a su vida licenciosa.

El mérito corresponde en gran medida a Erwin Schrott.

Este barítono, con la apostura de un dios y una voz que le hace juego, cautivó a la audiencia que atestó el teatro rococó.

¿Brutal? Sí, al matar al padre que defiende el honor de su hija. ¿Despreciable por tratar a las mujeres como juguetes? Sin duda.

Pero sobre todas las cosas, el Don Giovanni de Schrott es humano, desde el comienzo como un joven seductor interesado tan solo en extender su «catálogo» hasta el final en que, viejo y sin el menor remordimiento, se precipita a su propio infierno.

Un pecador, sí, pero un hombre fiel a sí mismo.

Noche. Muerte. Sufrimiento. No fue lo que visualizaron Mozart y su libretista Lorenzo Da Ponte con esa escena final en la que los personajes ofendidos por el protagonista salen uno por uno a cantar de su redención ahora que el malvado ha caído en el fuego eterno en una escena que habían concebido como simbólica, no sangrienta.

No fue así el viernes. El telón baja sobre el héroe-villano en plena agonía. Un final sombrío que no se condice con el «dramma giocoso» concebido por Mozart y Da Ponte. Pero la impresión es más fuerte.

Y si Schrott es un astro, el escenario fue una verdadera Vía Láctea.

Hanno Mueller-Brachmann fue la contraparte perfecta de Schrott como el lacayo Leporello. Los dos barítonos se complementaron a la perfección: una Pareja Dispareja del siglo XVIII que coexiste porque no pueden vivir separados.

Nina Bernsteiner fue una maravillosa Zerlina, la campesina seducida. Y Markus Butter cautivó en su papel del mentecato Masetto, su novio.

Muy bien también Attila Jun como el comendador y padre que muere al defender a su hija, para regresar como convidado de piedra y arrojar al seductor al infierno.

Veronique Gens como Doña Elvira, Aleksandra Kurzak como Doña Anna y Bernard Richter como Don Ottavio, excelentes solistas, brillaron en su trío «Protegga, i giusto cielo» y otras escenas de conjunto.

Warner situó la mayor parte de la acción en un hotel, una buena elección dado el tema erótico de la obra.

Riccardo Frizza obtuvo un maravilloso sonido del foso, con músicos de la Orquesta Sinfónica de Radio Viena. Merece destacarse a la chelista Maria Gruen por su acompañamiento de los dúos de amor.

Agencia AP.

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